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jueves, 1 de julio de 2010

El mundial del tercer mundo.

por Luis Rojas O'Callaghan (corresponsal de Comfortably Numb en Sudáfrica 2010)


¿Cuántos alemanes hacen falta para cambiar una bombilla? Uno. Ese alemán compra la bombilla (de bajo consumo), verifica que la lámpara funciona, que no hay problemas eléctricos, cambia el cableado si está mal y limpia la lámpara de polvo. Al final, el alemán satisfecho con el trabajo hecho se marcha a casa.

¿Cuántos sudafricanos hacen falta para cambiar una bombilla? Dos para ir a buscarla, otros tres para buscar a los primeros que fueron, otro que preste la escalera, otro que quite la bombilla, cuarenta que tocan las vuvuzuelas, un guardia de seguridad armado para que no roben al que cambia la bombilla, otros cuarenta que sólo miran, diez que cocinan para todas las personas presentes y uno que ponga la bombilla. Y si hay un problema otros dos que vayan a buscar a un alemán al aeropuerto para que lo haga él. Al final, los casi cien africanos prueban la luz y si funciona montan una fiesta para celebrarlo.

Esta comparación sirve como la mejor introducción para comparar entre la experiencia de vivir un mundial en Alemania y vivirlo en Sudáfrica. Tuve la suerte de asistir a ambos eventos y hay que reconocer que el mundial del 2006 fue un mundial impecable, con buenas infraestructuras, seguro (aunque a mi me robaron sin darme cuenta), entretenido (habían conciertos en la calle) y atendido por voluntarios eficientes y bien informados. Los aficionados no tenían nada de que preocuparse y lo daban todo por sus equipos. Mención especial para los argentinos y mexicanos quieres eran los que más y mejor animaban con sus canciones, disfraces y pancartas. Ellos y el marketing de FIFA y marcas deportivas generaban un ambiente agradable en el que todos los aficionados disfrutaron y celebraron juntos. Entre las cosas buenas de este mundial se puede destacar que finalmente se puso fin al fenómeno de los Hooligans.

Por otro lado, el mundial del 2010 difiere en muchos puntos con el de Alemania. Los dos principales problemas de este mundial han sido la inseguridad y el transporte público. Desde antes de haber llegado al país ya se me había advertido por activa y por pasiva que debía tener cuidado en Sudáfrica, no estar en la calle de noche, no acercarme a las estaciones de tren y autobuses y mucho menos montarme en uno de ellos. El transporte público por otro lado fue inexistente para aquellos que no estuviesen acostumbrados al complejo sistema de minibuses que movilizan a la población de un lado a otro y que no tienen ninguna señal que indique origen o destino a donde se dirigen.

El país anfitrión de este mundial intentó paliar ambos problemas. En todas las zonas turísticas y los estadios se desplegó un gran número de policías y tengo que reconocer que en ningún momento me sentí inseguro (siempre y cuando no saliese de las zonas turísticas). Incluso tuve la oportunidad de ir a ver el partido Sudáfrica – Francia en un “township” negro y no solo me sentí protegido sino también bienvenido. Pero fuera de estas zonas se debía andar con cuidado. Así que aunque la seguridad no era un verdadero problema, si lo era la incomodidad de tener que estar tomando precauciones en todo momento.

En cuando al transporte público, Sudáfrica intentó aliviar este problema inaugurando el nuevo “Gautrain” un tren que une al aeropuerto con la zona turística de Johannesburgo. Tanto el tren como el aeropuerto son propios del primer mundo, y hubiese sido perfecto si hubiesen estado inauguradas todas las estaciones que se han planificado y no solo las estaciones importantes. Para los partidos de futbol en Johannesburgo, el despliegue de autobuses preparado fue más que suficiente para desplazar los más de ochenta mil aficionados de un lugar al otro de la ciudad sin problemas ni de seguridad ni de tráfico. En todos lados se podían encontrar voluntarios dispuestos a dar la información necesaria amablemente, aunque muchas veces daba la impresión de que hacían falta cinco voluntarios sudafricanos para dar las mismas prestaciones que uno alemán. Al igual que con la seguridad, la solución fue parcial porque aunque no había problemas para trasladarse a los estadios, si era mucho más complicado explorar la ciudad con libre albedrío. La única opción era el alquiler de automóviles o el uso de taxis, pero los primeros estaban todos alquilados mientras que los taxis duplicaron sus tarifas durante el mundial.

No todo fue malo en este mundial, ni mucho menos. De hecho se puede apreciar en las distintas transmisiones de los partidos que los nuevos estadios construidos para el mundial son espectaculares. Tuve la oportunidad de ir al estadio de Soccercity en Johannesburgo y puedo decir que es el estadio más increíble que he pisado por encima de los estadios de Frankfurt y Kaiserslautern (a los que entré en el 2006) e incluso que el Santiago Bernabeu, San Siro o el Camp Nou. En las afueras de los estadios se vigilaba que no hubiese reventa de entradas (uno de nuestros acompañantes fue arrestado por una hora por intentar comprar en reventa) y se podía comprar de todo, tanto cerveza como las famosas vuvuzuelas, las cuales no son fáciles de hacer sonar.

Pero si hay algo del mundial de Sudáfrica que superó al de Alemania (y posiblemente a todos los mundiales desde México ‘86) eso fue en la calidez de su gente y el ambiente que se respiraba. Mientras que en Alemania disfruté de la experiencia de un mundial probablemente similar a los mundiales de Francia, Japón o EEUU; en Sudáfrica experimenté el “Mundial de África”. La mayoría de personas que tuvimos la suerte de asistir a este mundial volvimos con la impresión de que asistimos a un evento que difícilmente se pueda repetir porque aunque se vuelva al país como turista, no habrá el mismo ambiente del mundial y aunque se vaya a otro mundial, no será en este lugar tan especial.

Mientras que en Alemania muchas personas vivían ajenas al mundial en el 2006, en Sudáfrica daba la impresión de que todo el mundo estaba involucrado. Todos los sudafricanos que conocimos se preocupaban porque la pasáramos bien, nos preguntaban si nos habían tratado correctamente y se veían orgullosos de haber organizado una fiesta como el mundial en su país. Se notó que aunque no todo era perfecto, el país entero puso de su parte para hacer de este un buen mundial. Y creo que lo lograron. Los tambores, las odiadas vuvuzuelas, la comida y la vestimenta de la gente te recordaban una y otra vez que estabas sumergido en una cultura distinta. Se tenía la impresión de que además de disfrutar del mundial se estaba de turismo en un país con muchas cosas que ofrecer. Los fanáticos pudieron seguir animando a sus equipos, los mexicanos y argentinos volvieron a ser las mejores aficiones y no se vio ningún indicio de “hooliganismo”, pero aparte de eso, aquellos que hicieron el largo viaje hasta Sudáfrica pudieron ir de safari, sumergirse en una jaula con tiburones blancos, comer zebra o cocodrilo, bailar y comprar cosas típicas africanas y conocer sobre Mandela y la historia del pueblo sudafricano. En Alemania rebosaba la eficiencia mientras que en Sudáfrica está fluyendo la amabilidad.

Pero lo más interesante de todo es el hecho de que no solo los aficionados pudieron beneficiarse del mundial. Varias veces he oído como las olimpiadas de Barcelona convirtieron a una ciudad con grandes problemas en el destino turístico que es Barcelona hoy en día. De la misma manera el mundial del 2010 será un evento que marcará un hito en la historia de Sudáfrica y mejorará a un país de muchas formas. El mundial no solo está aportando dinero a la economía surafricana, también infraestructuras de primer mundo para un país del tercero, turismo (varias personas repetirán tras conocer Sudáfrica por primera vez) y lo más importante: está demostrando a los habitantes de un país donde aun hay grandes divisiones raciales que el resto del mundo no cree en estas divisiones. Estoy seguro de que Sudáfrica tras el mundial tendrá un mejor futuro que si no lo hubiese tenido y espero que dentro de cuatro años el mundial de Brasil se parezca más al mundial del 2010 que al de hace cuatro años. Lo único seguro es que estaré contando los días.

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